El cómic La raíz del ombú como alegoría de la violencia argentina

 

BDEntre 1977 y 1978, una intensa colaboración entre dos artistas argentinos exiliados, Alberto Cedrón en Roma y Julio Cortázar en París, dio lugar a un cómic poco tradicional y casi inédito hasta hoy, La raíz del ombú. Cedrón había realizado dibujos a partir de sus recuerdos y obsesiones y los presentó al escritor, que pudo unir las imágenes y darles sentido por las palabras: en la Pampa argentina, un automovilista busca auxilio tras la avería de su coche. Llega a la casa de Alberto —especie de alter ego literario de Cedrón— quien le cuenta su historia y la de sus antepasados, mezcla de realidad y alucinaciones. Al final, el automovilista termina matando a su anfitrión. Se ofrece al lector un recorrido de la historia argentina del siglo XX, a partir de los años treinta hasta finales de los años setenta con una insistencia particular en la violencia que sufrió el país durante las dictaduras militares.  Según las claves de lectura propuestas por el propio Cortázar en el prólogo, se puede leer la obra como una alegoría entre dibujos y palabras del infierno que fue Argentina en esa época, una lectura que se relaciona directamente con la postura de Cortázar como intelectual comprometido en contra de las dictaduras.

El título se refiere al ombú, un árbol de tronco largo y con múltiples raíces visibles que es un símbolo de Argentina y de la pampa. El ombú de la obra se sitúa en el centro de Buenos Aires y aparece primero cuando Alberto narra el golpe de estado de Rawson del 4 de junio de 1943 y cuando cuenta cómo se escondió en el árbol durante los tiros. Es la primera visión explícita de la violencia, y en ese momento el ombú es un lugar de protección de donde se observa esta violencia golpista. Luego, Alberto recuerda cómo, tres días después de los tiros, con otros chicos decidieron acercarse a la zona del ombú para buscar al cóndor que, según ellos, se encontraba en el árbol. Alrededor de las raíces se encontraban ladrillos: uno estaba suelto. Los chicos lo sacaron y cuando descubrieron un túnel muy hondo el más chiquito entró en él y contó después haber visto el infierno, representado visualmente como un lago sobre el cual pasaban barcas que transportaban diablos. Esta visión estereotipada y fantástica del infierno en las raíces del ombú se enlaza con la violencia del golpe de Estado y con el chiquito quien, transformado en militar, será torturado hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, situada justo al frente del ombú. Así se activa la analogía entre los dos infiernos: el de la realidad argentina bajo las dictaduras militares y el infierno subterráneo con los diablos.  Asimismo, se sugiere que la violencia y la muerte estarían arraigadas en la Historia del país, en la raíz del ombú. A este horror se opone la esperanza del pueblo argentino, representada en la última viñeta en que se ve el nacimiento de un pollito, único toque de color en un cuadro en blanco y negro.

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Otra imagen que parece cobrar importancia en la alegoría de la violencia argentina es la metáfora animalizante de los “hombres-larvas”. Después de la alusión al golpe de Rawson, ya no hay ninguna referencia explícita a un golpe de Estado concreto, sino que se presenta una alegoría de las dictaduras militares, en particular del régimen de Videla y la llamada guerra sucia. Los hombres-larvas son los servidores del mal que se denuncian en el cómic: son militares o civiles que defienden por la fuerza los privilegios de casta y de fortuna. Se pueden esconder bajo máscaras a fin de espiar y traicionar, como el automovilista en casa de Alberto que termina por revelar su verdadera identidad después de la noche en que el anfitrión había acusado y condenado a los hombres-larvas. Los valores que pretenden defender estos (la patria, el honor, la obediencia, etc.) son los mismos que pretendieron defender los regímenes militares latinoamericanos en las décadas que siguieron la revolución cubana, en el marco de la doctrina geopolítica de la seguridad nacional. Se consideraba que los enemigos y subversivos internos eran los simpatizantes de izquierdas, que se solían vigilar y contra los cuales se usaba una represión violenta que incluía la tortura y las desapariciones en Argentina.


Cedrón y Cortázar también decidieron representar la resistencia a esta violencia de la guerra sucia: en la diégesis principal algunos personajes pescadores, solamente armados de cuchillos y arpones, vengan a Alberto y matan a su asesino, armado de una pistola. Esta victoria simbólica de la oposición a la represión demuestra que, a pesar de las condiciones desventajosas en que se lucha, todavía queda esperanza. La esperanza en el futuro se opone a la raíz del ombú, al país arraigado en la muerte y la violencia: el follaje del cual habla Cortázar en el prólogo sería el futuro de Argentina y los futuros argentinos.

Los autores aquí no solamente adoptan una postura de denuncia de la violencia dictatorial, en particular la de Videla, sino que llaman al pueblo a la lucha. También hay que luchar desde el extranjero, como lo pretenden los dos artistas al realizar su cómic.   La obra fue terminada en 1978, durante la dictadura de Jorge Rafael Videla por dos artistas argentinos exiliados: Cortázar, en exilio voluntario desde 1951 pero en exilio forzoso desde esta dictadura, y Cedrón, que, por su parte, se había escapado del régimen.

 

 

Élisabeth Duchèsne
Novembre 2014

 

crayongris2Élisabeth Duchèsne est étudiante en Langues et Littératures française et romanes