Julio Cortázar y la revolución sandinista

nicaraguaEn el primer texto del libro Nicaragua tan violentamente dulce, titulado “Apocalipsis en Solentiname” Cortázar cuenta las circunstancias de su primer contacto con Nicaragua tres años antes de la revolución que derrocará a Somoza. En 1976, después de su encuentro con el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, amigo suyo implicado en el movimiento sandinista, va a la isla nicaragüense de Mancarrón para visitar la comunidad religiosa de Solentiname.  Cortázar descubre en un rincón de una de las viviendas un montón de pinturas.  Esas producciones ingenuas con colores brillantes, sin consideración por la perspectiva u otras convenciones artísticas, ejercen sobre él un enorme poder de atracción por lo cual decide fotografiar cada obra a la luz del sol –de manera que sus colores sean incluso más intensos-, y encuadrarlas luego.

De vuelta en París, revela las fotografías y durante una noche, solo en casa, decide verlas. Primero vienen las fotos de la misa dominical dicha por Cardenal, seguidas por las de algunos niños que juegan en la calle. Súbitamente, en lugar de las pinturas esperadas llegan otras imágenes, horribles, que evocan escenas de violencia y de muerte.  Se trata de los efectos trágicos de las luchas revolucionarias, de arrestos, torturas y ejecuciones, entre ellas la de su amigo el escritor Roque Dalton, hasta que la pantalla se vuelve blanca de nuevo, al final del cargador de diapositivas.  Cuando su novia regresa al piso. Cortázar se retira entonces al cuarto de baño para llorar y vomitar, hasta que pasa por la cocina para prepararle una copa a su amiga. Entretanto, ésta había visto las diapositivas, apagó el proyector y dijo que eran bonitas. De esta manera el escritor sabe que ella vio las fotografías de las pinturas en lugar de las atrocidades a las cuales él fue expuesto.

Cortázar se ve así confrontado no con la irrupción de lo fantástico en el mundo real, tema bastante corriente en sus cuentos, sino con la intrusión del horror, que es un género mucho más marginal.  El estadounidense Stephen King, maestro reconocido del terror, explica esa intrusión en su ensayo Danse Macabre proponiendo una escala en la que pone el terror en la cumbre, el horror más abajo y la repulsión en el último nivel. Cuando King se da cuenta de que no puede aterrorizar a su lector, intenta horrorizarle y si tampoco funciona, dice que le hace vomitar. Cortázar experimentó el último estadio, por culpa de lo que ve en las imágenes ensangrentadas.

El desplazamiento semántico inducido por la alteración de las diapositivas se produce de hecho, no desde la realidad hacia la fantasmagoría, sino desde una realidad hacia otra.  Ya que esas realidades coexisten en el mismo mundo, la yuxtaposición es incluso más espantosa: al mostrarnos que el horror nunca está lejos de la vida, Cortázar trastorna las cómodas certidumbres de nuestras vidas occidentales, pero también las suyas propias.

Efectivamente, se le plantea al escritor argentino el dilema de la elección entre la acción y la creación artística, porque su profunda tendencia hacia el esteticismo se vio estremecida por su descubrimiento de la revolución cubana. Pero es el horror vivido desde su primer contacto con Nicaragua que enfrenta a Cortázar con la necesidad de zanjar esa elección: esta Nicaragua tan violentamente dulce transforma al hombre y al artista. A partir de ese momento, Cortázar pondrá sus fuerzas al servicio de una causa: como declara en las últimas palabras del libro, quiere dar al mundo el testimonio de una persona exterior que se interesó profundamente por Nicaragua y que, después de algunos años de analizar la situación del país, se atreve finalmente a ofrecer su opinión.

 

Quentin Saey
Novembre 2014

 

crayongris2Quentin Saey est étudiant en Langues et Littératures française et romanes